Ver también Extrema derecha española: 10 documentales.
El mejor análisis fílmico del franquismo es la trilogía documental que le dedicó el singular cineasta Basilio Martín Patino (Lumbrales, Salamanca, 1930). En dos films de recopilación y montaje de archivo (Canciones para después de una guerra [1971] y Caudillo [1974]) y otro compuesto a partir de imágenes rodadas por él mismo (Queridísimos verdugos [1973]) ha dejado un testimonio veraz de lo que fue este período negro. Sobre todo, son grandes películas que exploran la historia mediante el lenguaje específico del cine: imágenes, sonidos y las múltiples relaciones entre ambos. Se trata de cine experimental que cuestiona la representación de la realidad y pone en evidencia el discurso oficial de toda una época, así como los valores que en él se sustentaban.
“Canciones para después de una guerra”: la banda sonora de la dictadura
Original film de montaje que combina las canciones populares más famosas y emblemáticas de la guerra civil y la larga dictadura con imágenes significativas de los hechos acaecidos en esta etapa. Sin comentarios didácticos en off, sin títulos ni subtítulos en pantalla, sin ningún tipo de discurso ideológico explícito, la hábil y reflexiva combinación de sonidos e imágenes produce una reveladora semblanza del período. Claro está que la ausencia de consignas y de afirmaciones obliga al espectador a asumir un papel participativo, a interpretar lo que está viendo y oyendo: debe intervenir activamente para construir una interpretación propia partiendo del material fílmico. No es otro el papel que le corresponde a cada cual frente a la historia. Martín Patino trata al espectador como a un adulto inteligente al que no hay que dárselo todo masticado y predigerido. El efecto de la película es evocar en la mente del espectador el recuerdo de la miseria, la ignorancia, el autoritarismo y la intimidación de los años 40 y 50.
Se trata de un uso intencional de materiales de archivo, de una apropiación consciente de imágenes tomadas por otros que adquieren un nuevo sentido al recombinarse. El material de archivo de la Filmoteca Nacional y del No-Do, originalmente propaganda a favor del régimen, así como fragmentos de películas de ficción y anuncios de televisión, se convierten en una denuncia del franquismo. La manipulación inteligente origina un montaje irónico en el que imágenes antiguas cobran una vida insospechada y diferente. El discurso oficial y los valores dominantes de la dictadura quedan en evidencia.
He aquí algunas correlaciones ilustradoras entre canciones e imágenes:
“Cara al sol”: Final de la guerra civil. Saludos de “nacionales” brazo en alto.
“Ya hemos pasao”: desfiles militares por las calles de Madrid. Supresión de placas y rótulos republicanos.
“Canción del legionario”: desfile franquista de la Victoria. Retratos de Franco en las calles. Desfiles nazis.
“Carrasclás”: Retorno de los soldados franquistas del frente. Imposición de medallas y proclamas patrióticas.
“Tiro Liro”: páginas de la prensa de exaltación nacionalista y persecución de republicanos. Corridas de toros.
“Jota de José Antonio”: exhumación de cadáveres de soldados “nacionales”. Gritos de homenaje a los caídos y brazos en alto.
Marcha militar y gritos en alemán: noticia de la invasión nazi de Polonia. Fotos de Mussolini, Pétain y Hitler sobre París.
“La bien pagá”: niños y adultos hambrientos.
“Salud, dinero y amor”: anuncios de los premios de lotería.
“Lilí Marlén”: entrevista de Franco y Hitler en Hendaya.
“Yo te diré”: la División Azul parte hacia Rusia. Los soldados son despedidos en una estación de tren, con símbolos nazis y franquistas.
“Que se mueran los feos”: pobres y pedigüeños.
“La gallina papanatas”: Guerra Mundial: aviones lanzan bombas sobre ciudades. Hitler, Churchill, Roosevelt y Stalin. Campos de concentración.
Himno religioso: Iglesia y represiones. El papa Pío XII aplaude.
“Mi vaca lechera”: hambre y racionamiento.
“En er mundo”: fragmentos de películas románticas.
“Yo tenía un camarada”: un locutor de la época denuncia el asesinato de dos falangistas por comunistas.
“La chunga”: niños, escuela y religión. Estrellas deportivas y cinematográficas.
“Mi casita de papel”: anuncios publicitarios prometen la felicidad material.
Sintonía del No-Do.
“María Dolores”: recibimiento a Eva Perón.
“Los fichaos”: llegada de futbolistas sudamericanos. Una pancarta del Real Madrid y espectáculos de masas.
“Fátima”: la virgen de Fátima, en Madrid.
“Lerele”: Lola Flores.
“Himno de Acción Católica”: firma del Concordato con el Vaticano. Franco y Pío XII.
“Americanos”: firma de los Convenios con Estados Unidos. Pregón de la película Bienvenido, Mr. Marshall.
Anuncio televisivo de Coca-Cola.
“Limosna de amor”: Valle de los Caídos. Príncipe Juan Carlos I de niño.
La fuerte impresión que deja este film sobre la iconografía y la mentalidad dominantes de una larga época ⨪una amalgama de militares, clérigos, fanáticos, niños de uniforme, mujeres devotas y símbolos de la Falange⨪ se debe en buena medida al experimentalismo formal del director, a su manera innovadora de tratar el material. Este trabajo sobre el material de archivo ⨪combinación de imágenes y sonidos, recontextualización, coloración de fotografías, modificación de la velocidad de la imagen, sobreimpresiones…⨪ compone una iluminadora relectura irónica de la historia.
“Caudillo”: biografía de un general golpista y crónica de una sociedad devastada
La realidad social que muestra Canciones para después de una guerra se empezó a construir en 1936, con el “alzamiento” y el “glorioso movimiento” que condujeron a una sangrienta y desigual guerra civil, de la que emergió el “caudillo victorioso” que dirigiría el país durante 36 años, en connivencia con los poderes económicos de España. Caudillo consiste en una semblanza biográfica de este general gallego hasta su victoria del 36, y en una imagen panorámica de la guerra civil.
Igual que el film anterior, está hecho de imágenes de archivo recicladas. El trabajo de Martín Patino es de moviola, esto es, conceptual: construye un texto fílmico coherente e inteligible con imágenes antiguas y dispersas. Como en Canciones, el director logra tejer su texto suturando los fragmentos inconexos. Uno de sus aciertos es la sobreimpresión que efectúa entre el dictador y el Estado: ambos quedan coimplicados como los miembros de un binomio matemático, como las rayas blancas y negras de una cebra, en las que no se sabe qué es el fondo y qué el primer plano.
El examen de la mentalidad del dictador nos muestra a un militar entregado a su causa, abnegado ante los valores de su concepción de España, idealista en un sentido neurótico. Como Hitler y Stalin, creía en lo que decía, no era ningún hipócrita (a diferencia de Mussolini, capaz de cambiar de camisa según las conveniencias de cada momento). No bebía, no fumaba, aborrecía los placeres carnales, lo sacrificaba todo a su sentido de la patria y del deber. Con 33 años fue el general más joven en la historia de Europa desde Napoleón (o al menos eso sostenía la propaganda), se hizo un nombre dirigiendo tropas en Marruecos, donde jugó al imperialismo. En el 34 reprimió brutalmente una insurrección de mineros sirviéndose de las tropas coloniales marroquíes. Y cuando ya no pudo soportar la línea democrática, laica e izquierdista de la República, lanzó una sublevación militar que, con el respaldo logístico y armamentista de las dictaduras de Hitler y Mussolini, le acabaría encumbrando en el poder. Terminó por imponerse a una serie de militares igualmente sanguinarios ⨪Mola, Sanjurjo, Millán Astray, Queipo de Llano⨪ que le podrían haber hecho sombra, pero que fueron desapareciendo del mapa oportunamente. El film repasa esta trayectoria con las imágenes de la época, y de modo irónico recicla los retratos enaltecedores y hagiográficos en un retrato esperpéntico de un personaje grotesco.
El “destino providencial” del “caudillo por la gracia de Dios”, “martillo de herejes” decidido a convertir España en “cuna de santidad”, se construyó a fuerza de violencia y represión, y de adhesión ciega de sus partidarios. Junto con las agresiones a los partidarios del bando republicano, el film recoge la parafernalia y la simbología franquistas y falangistas, con los vítores, los gritos de “presente”, la iconografía del honor militar y las exaltaciones patrióticas de todo tipo.
El retrato de Franco y los suyos está contrapuesto a las imágenes del bando republicano. El director no pretende asumir una posición neutral y objetiva (desengañémonos: eso no existe en el estudio histórico), y toma un partido decidido por el lado perdedor.
Incorpora a su película fragmentos de textos de muchos intelectuales y poetas que se implicaron y pronunciaron a favor de la República durante la guerra (Pablo Neruda, Rafael Alberti, por ejemplo, si bien falta Miguel Hernández), muestra la decepción de Miguel de Unamuno, que en su catolicismo rancio apoyó inicialmente a los militares pero acabó dándose amarga cuenta de su error: “Venceréis pero no convenceréis, porque tenéis la razón de la fuerza, pero os falta la fuerza de la razón”, les dijo con arrojo el rector de la Universitat de Salamanca, respondiendo a los lemas “Muera la inteligencia” y “Viva la muerte”.
La crítica que el film les hace a los republicanos es por su incapacidad de aunar fuerzas, a las diferencias irreconciliables entre anarquistas y comunistas, que les debilitaron ante el mando unificado de los franquistas. Se muestra la etapa anarquista del pueblo de Calanda, que fue anarquista y durante un tiempo se organizó sin alcalde, ni guardia civil ni clérigos. En cambio, los comunistas no estaban dispuestos a tolerar la autogestión de la gente y acataban las órdenes llegadas de Moscú.
Uno de los aciertos del film es establecer un contraste entre los voluntarios de las Brigadas Internacionales (y en especial de la Brigada Lincoln), gente llegada de todo el mundo para defender la República y la democracia, y los soldados mercenarios marroquíes traídos para combatir en territorio español. Es el contraste entre el idealismo altruista y la necesidad, que distinguió a los combatientes de los dos bandos.
Caudillo logra llevar a la superficie la sangre y los asesinatos masivos sobre los que se erigió la dictadura de Franco. Aún hoy esperan en las fosas comunes los restos de 100 000 personas, abandonados en las cunetas y en los campos abiertos donde las fusilaron.
“Queridísimos verdugos”: asesinato legal en los años 70
A diferencia de los dos films anteriores, Queridísimos verdugos consiste en imágenes rodadas por el propio Martín Patino, y no en material de archivo recuperado.
En los años 70 ⨪concretamente hasta el 74⨪ seguía vigente la pena de muerte, y hubo ejecuciones que se harían famosas, como las dos últimas, del anarquista catalán Salvador Puig Antich y el combatiente alemán Heinz Chez, asesinados mediante el sistema del “garrote vil”.
Este film entrevista a tres de los últimos cuatro verdugos del franquismo (el cuarto sería el hijo de uno de ellos, al que sustituyó a su muerte). Uno ejercía su cometido en Madrid, el segundo en Cataluña, Aragón y Navarra, el tercero en Andalucía.
Los tres hablan de su oficio y de su vida. Aceptaron participar en el documental porque el director les ofreció dinero, y hablaron mucho más de lo que les convenía porque les dieron alcohol en abundancia mientras los filmaban. La desinhibición etílica produce confesiones indeseadas. Al mismo tiempo, tratan de justificar su macabra profesión. Uno se califica de “administrador de justicia” y “ejecutor de sentencias”. Otro dice: “Es un oficio que lo puede desempeñar cualquiera que tenga corazón y le eche valor… ¡pa’ poder comer, porque la vida está cada vez más peor!”. Estos tres personajes, desdichados maltratados por la vida, no están dispuestos a quedar como unos asesinos, y reivindican su función social en el orden general de la dictadura: “tiene más responsabilidad el que dicta la sentencia que el que la ejecuta”; “yo no mato a nadie. Es la justicia”. Aducen los argumentos habituales: “fidelidad al servicio encomendado”, “ejemplaridad del castigo”, “cumplimiento estricto de las órdenes recibidas”… Como siempre, obedecen órdenes procedentes de las altas esferas, según un principio autoritario de sumisión vertical. “Como no hay más remedio que hacerlo, si no lo haces tú lo hace otro y, si no, lo harán de alguna otra forma y ya está”.
El film se refiere a algunos de los crímenes brutales cometidos por los que, a su vez, fueron después asesinados por los verdugos. La brutalidad y la violencia imperan. Recortes de prensa y declaraciones de familiares de los primeros asesinados dejan claro que hubo una violencia inicial. La cinta ilustra que esta violencia es fruto de una sociedad enferma, y que el Estado, en vez de regenerarse, pretende corregirla con más violencia, esta vez legal.
El testimonio de los verdugos se complementa con declaraciones de profesionales “cualificados” ⨪científicos, abogados, psiquiatras⨪, que tratan de distanciarse de ellos, de marcar diferencias morales, sociales y culturales. Pero el film logra denunciar que estos verdugos son el brazo ejecutor del régimen, las cloacas del sistema, los bajos fondos absolutamente necesarios del franquismo.
Podemos mencionar dos películas complementarias a Queridísimos verdugos: la película de ficción satítica El verdugo, de Luis García Berlanga (1963), y el excelente documental The Act of Killing (2012), de Joshua Oppenheimer, sobre los verdugos de Indonesia en la era de Suharto, una gran película experimental que ha enriquecido mucho la concepción y el alcance del género. Cabe hacer el mismo elogio de la trilogía de Basilio Martín Patino sobre el franquismo.