
(Véase también La batalla de Chile 1: La insurrección de la burguesía y Nostalgia de la luz.)
La batalla de Chile, crónica documental, cubre los hechos acaecidos durante los últimos doce meses del gobierno socialista de Salvador Allende en Chile (1970-1973). Allende fue el primer presidente marxista elegido democráticamente en el mundo, encabezando una coalición de partidos de izquierdas llamada Unidad Popular. Sin embargo, no pudo gobernar efectivamente ni orientar una transformación económica y política hacia el socialismo, tal y como prometía su programa electoral. La oposición integrada por los sectores conservadores chilenos y la CIA desde los Estados Unidos le dificultaron la tarea y le impidieron avanzar. La mañana del 11 de septiembre de 1973 tuvo lugar un golpe de estado dirigido por el general Augusto Pinochet, que ordenó bombardear el Palacio de la Moneda (Santiago), la sede del Gobierno de Allende, donde sus más inmediatos colaboradores resistían una insurrección que se había ido fraguando durante meses. Pinochet, con el apoyo de la oligarquía chilena y del departamento de estado norteamericano, derrocó al gobierno democrático e impuso una dictadura militar que se mantuvo en el poder durante casi diecisiete años y se cobró decenas de miles de muertes de opositores.
Este documental es considerado por muchos no solo el mejor documental realizado en América Latina, sino también el gran documental histórico y político de todos los tiempos.

La batalla de Chile es, pues, una crónica del tramo final de este derribo, que empezó el mismo día de las elecciones. No consiste en imágenes de archivo recuperadas a posteriori, sino en imágenes rodadas en el mismo instante de los hechos: historia filmada en tiempo real, con independencia y libertad, lo que ya de por sí constituye un hecho excepcional, que apenas puede compararse con el documental norteamericano Harlan County, USA (que también cubre hechos de 1973) y unos pocos más.
Allende fue el primer presidente marxista elegido democráticamente en el mundo.
La implicación física de Guzmán y su reducido equipo de colaboradores llega al extremo de que, en la imagen más conocida del documental, se registra cómo un cámara que filma un primer intento frustrado de golpe de estado recibe un disparo mortal de uno de los militares golpistas. Es una secuencia escalofriante, y de profunda significación. Muestra al militar apuntando con una pistola hacia la cámara. Dispara. La imagen oscila y se tambalea durante unos segundos, después aparece el suelo un momento, y, a continuación, la más completa oscuridad. El espectador comprende entonces que el cámara ha muerto, que ha asistido al fin de una vida prácticamente desde dentro. De repente se percibe la identificación entre la cámara y una conciencia. Lo que ha muerto es una conciencia moral que estaba implicada en los hechos. Durante un terrible instante, el espectador siente que él mismo es la conciencia que acaba de fallecer.
Pero el documental de Guzmán es excepcional no solo por haber grabado la historia (y la muerte) en directo, sino también porque se trata de una película extraordinaria de historia épica, trágica y abyecta, filmada con rigor y fiabilidad. Esto no significa que sea imparcial, neutral u objetiva. Nadie que desee hablar seriamente de la realidad histórica puede pretender ofrecer una versión neutral de los hechos. El rigor de Guzmán, como el de los buenos periodistas e historiadores, consiste en no ocultar ningún hecho conocido, en no tergiversar los datos y en mostrar abiertamente la posición desde la que se observan. Guzmán declara que filmó La batalla de Chile como una forma de mostrar su apoyo a Unidad Popular en unos momentos de extrema dificultad, debido a los fuertes ataques que la coalición estaba recibiendo por parte de la derecha chilena y la CIA.
Guzmán declara que filmó La batalla de Chile como una forma de mostrar su apoyo a Unidad Popular en unos momentos de extrema dificultad, debido a los fuertes ataques que la coalición estaba recibiendo por parte de la derecha chilena y la CIA.
Esta parcialidad, asumida y reconocida, no impide que este sea un gran documental de análisis histórico, que no cae en momento alguno en la propaganda ni en la agitación. Muestra unos hechos gravísimos y permite entender cómo se produjeron. Nadie ha sido capaz de cuestionar la veracidad de la película; lo único que se ha podido hacer es prohibir su exhibición en Chile durante un cuarto de siglo. (A pesar de que los chilenos para los que se filmó la película tardaron tanto tiempo en poder verla, el documental cumplió la misión de relatar al mundo estos hechos trágicos: antes de proyectarse en Chile se pudo ver en 35 países y recibió numerosos premios en los principales festivales cinematográficos del mundo.)
Como análisis del fin de la democracia en Chile –un análisis que, en muchos aspectos, resulta extensible a situaciones vividas en otros países–, La batalla es, por su inteligencia, coherencia y exhaustividad, una obra maestra. Este documental es considerado por muchos no solo el mejor documental realizado en América Latina, sino también el gran documental histórico y político de todos los tiempos.

La estructura de la película se explica por el contenido, pero se entiende mucho mejor si se conocen las peripecias que sufrió su rodaje y producción. Se realizó con medios muy precarios, desde el principio: fue filmada en formato de 15 milímiteros, en blanco y negro, con una película cedida por el cineasta francés Chris Marker (Sans Soleil, Le joli mai). A raíz del golpe de estado, Guzmán tuvo que abandonar el país para evitar represalias (su obra filmíca pro-Allende era muy conocida en Chile), no sin haber sido antes detenido y encarcelado junto a muchos otros en el Estadio Nacional de Santiago. La cinta de la filmación fue sacada de Chile de forma clandestina, y solo la fortuna impidió que fuera incautada y destruida. En Europa, Guzmán intentó durante meses conseguir financiación para el montaje, hasta que finalmente recibió el apoyo del Instituto Cubano de Arte e Industrias Cinematográficas (ICAIC), complementado con otras ayudas procedentes de Francia y Venezuela. Pudo montar la película en Cuba, en un largo período de selección y combinación del material filmado. El camarógrafo del documental, Jorge Müller Silva, fue secuestrado por la policía militar de Pinochet en noviembre de 1974, y, como miles de sus compatriotas, desapareció para siempre.
La batalla de Chile: La insurrección de la burguesía, Patricio Guzmán (1975)
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