
En enero de 2013, la periodista norteamericana Laura Poitras empezó a recibir mensajes encriptados de correo electrónico de alguien que protegía su anonimato tras el seudónimo “citizenfour”, y que decía poseer pruebas concluyentes sobre programas ilegales de vigilancia llevados a cabo por los servicios de espionaje de los Estados Unidos y otros países, sobre todo el Reino Unido. La precaución extrema de citizenfour estaba justificada, ya que la información que decía poseer dejaba en muy mal lugar, desde un punto de vista político y moral, a las principales potencias mundiales. Su promesa de revelación sugería una vuelta a la situación de la Guerra Fría (1945-1989), en la que los Estados vigilaban y controlaban todos los movimientos de sus ciudadanos “por motivos de seguridad”. Si lo que insinuaba citizenfour era cierto, los Estados Unidos y otros países involucrados tenían buenos motivos para evitar a cualquier precio que aquella información viera la luz. El informante anónimo era consciente de ello, y andaba con pies de plomo en su aproximación a la periodista. No quería permitirse ni un solo movimiento en falso.
Si lo que insinuaba citizenfour era cierto, los Estados Unidos y otros países involucrados tenían buenos motivos para evitar a cualquier precio que aquella información viera la luz.
Cinco meses después de los primeros mensajes, Poitras y los periodistas Glenn Greenwald y Ewen MacAskill (del diario inglés The Guardian) volaron a Hong Kong, donde el misterioso personaje se había refugiado con la intención de beneficiarse de la peculiar situación legal de esta región. Allí descubrieron que citizenfour era Edward Snowden, de veintinueve años, extrabajador de una empresa que colaboraba en las labores de inteligencia (es decir, de espionaje) del Gobierno norteamericano. Poitras filmó este encuentro clandestino, así como los sucesivos. Citizenfour narra la revelación, por parte de Snowden, en la habitación de un hotel en Hong Kong, de los secretos de Estado sobre el espionaje ilegal de Estados Unidos, y las repercusiones que la denuncia ha tenido para él y para el resto de ciudadanos del llamado (más erróneamente que nunca) mundo libre.

Lo que Snowden explicó a los tres periodistas, y al mundo entero a través de ellos, era gravísimo, aunque muchos lo hubieran sospechado en algún momento. El Gobierno de los Estados Unidos, a través de la National Security Agency (NSA) y en colaboración con el Gobierno del Reino Unido, estaba usando un programa para tener información detallada de las comunicaciones informáticas y telefónicas de todos los ciudadanos del mundo. Cualquier cosa que se dijera o escribiera en un teléfono, o se mencionara en un correo electrónico, cualquier consulta realizada en internet, era registrada y clasificada por los servicios de espionaje estadounidenses. De modo que estos lo sabían prácticamente todo de las empresas y los ciudadanos del mundo entero. Desde el 11 de septiembre de 2001, los sucesivos gobiernos norteamericanos (tanto Obama y los demócratas como Bush y los republicanos) justifican sus acciones militares y de espionaje ilegales con el pretexto indiscutible de la “guerra contra el terrorismo”. Lo cierto -como se demuestra en este documental- es que este programa tiene el efecto mucho más amplio de permitir localizar a cualquier individuo que resulte ideológicamente molesto para el régimen y de conocer las acciones e intenciones de cualquier ser y organización humanos. Snowden explica con datos técnicos cómo se lleva a cabo esta vigilancia global. Y nos cuenta que estamos tan vigilados como si alguien hubiera colocado sin que nos diéramos cuenta un micrófono en cada habitación de nuestra casa, o en el bolsillo de nuestra camisa. Tal y como advierte Snowden, “estamos construyendo la mayor arma de opresión de la historia de la humanidad”.
Tal y como advierte Snowden, “estamos construyendo la mayor arma de opresión de la historia de la humanidad”.
Los constructores de esta arma están sumamente molestos por la revelación. La “guerra contra el terror” legitima, para ellos, cualquier intrusión en la privacidad de las personas, la creación de un archivo global de antecedentes en el que quedan registradas las acciones y las ideas de todos los ciudadanos. Bastaría con la aprobación de alguna ley que permitiera detener o matar a alguien a partir de este depósito de datos para que nos encontráramos sumidos en la pesadilla de un estado militar y policial global. En el documental se habla de un juicio en el que los clientes de la compañía telefónica AT&T la denunciaban por haber vulnerado la privacidad de sus conversaciones. Un abogado al servicio del Estado intenta argumentar que esta cuestión es competencia del gobierno y que no debe ser tratada en un juzgado. Un juez íntegro e independiente (que ya debe de estar convenientemente registrado en los archivos correspondientes) le replica afirmando el papel del poder judicial en el Estado democrático de derecho. Es la única garantía de contención que el poder ofrece a los ciudadanos para protegerlos de sí mismo. Si esta contención es derribada, el impulso omnívoro del Estado se impondrá sobre la libertad y la privacidad de las personas.
La “guerra contra el terror” legitima cualquier intrusión en la privacidad de las personas, la creación de un archivo global de antecedentes en el que quedan registradas las acciones e ideas de todos los ciudadanos.
Cualquier ciudadano consciente debería sentirse sumamente alarmado por estos hechos. Cuando Barak Obama (al que se otorgó un premio Nobel de la Paz que, con el paso de los años, se ha demostrado tan poco justificado como el que se dio a Henry Kissinger) aparece en el documental afirmando que el Gobierno ya estaba investigando las irregularidades de este espionaje global, del que, sostiene, él no estaba informado, su credibilidad y capacidad de convicción es nula, inexistente. En la película aparecen también el Director de Inteligencia Nacional y el de la Agencia de Seguridad Nacional mintiendo al Congreso en lo que respecta al alcance del espionaje del Gobierno a ciudadanos norteamericanos.
Snowden paga, como ya preveía, su acción valiente y honesta con el acoso de las fuerzas del Estado.
Snowden sufre la persecución del Gobierno norteamericano, que como es habitual le garantiza un juicio justo si se entrega: el espía estatal quiere juzgar al ciudadano rebelde bajo los cargos de espía y de amenaza a la “seguridad nacional”. Snowden paga, como ya preveía, su acción valiente y honesta con el acoso de las fuerzas del Estado. Se ve obligado a vivir clandestinamente y en una soledad propia de un eremita, primero en su escondite en un hotel en Hong Kong, y luego acogido por Rusia (no sin antes pasar varios días en el aeropuerto de Moscú, en el que permanece aislado porque su país le ha cancelado el pasaporte). En el exilio de Rusia ha vivido durante los últimos dos años con su compañera. Y no es que Rusia pueda presumir de un historial muy limpio en cuanto a respeto por los derechos humanos… La sangre fría de Snowden es sorprendente, admirable. Cualquier otro habría caído en la paranoia, en la manía persecutoria. No presume de su coraje. Se limita a realizar un servicio a su país, al mundo.
Laura Poitras -que ya había molestado al Gobierno de los Estados Unidos con el documental My country, my country, sobre la guerra de Irak- estaba incluida en una “lista de observación”, y ha presentado una denuncia por haber sido detenida e interrogada varias veces en aeropuertos norteamericanos cuando intentaba entrar en su país. El compañero de Glenn Greenwald también fue retenido durante horas, sin ningún cargo concreto en contra, en un aeropuerto inglés. Son dos de las tácticas intimidatorias y disuasorias del Gobierno supuestamente democrático de los Estados Unidos.
Seguramente es la revelación periodística más escandalosa de la historia.
Citizenfour no es una película perfecta. Tiene lagunas, hilos sueltos, no responde a todas las preguntas que plantea. No importa. Ha mostrado una realidad terrible, y ha registrado el proceso de su descubrimiento y denuncia prácticamente en tiempo real. Es un documento único, histórico, sobre lo que seguramente es la revelación periodística más escandalosa de la historia. La hora central de la película (de las casi dos que dura) se centra en Snowden en la habitación del hotel de Hong Kong, con un planteamiento de cine observacional: la directora se mantiene al margen de los hechos, no hace preguntas y deja que sea Greenwald quien las formule. El informático y los dos periodistas de The Guardian son conscientes de la trascendencia histórica de sus conversaciones, y de los riesgos que están asumiendo voluntariamente. Cuando Greenwald empieza a publicar artículos sobre las revelaciones y a aparecer en la televisión, Snowden permanece en el anonimato. Después, ambos deciden desvelar su nombre tanto por su voluntad de dar la cara como para animar a otros a enfrentarse al poder estatal. (Gleen Greenwald ha publicado el libro No Place To Hide sobre el proceso de esta revelación, que contiene informaciones no incluidas en el documental).

La última media hora de la película muestra las consecuencias de la denuncia de Snowden. Hay una rueda de prensa de Greenwald en Brasil en la que reflexiona sobre los peligros del espionaje masivo en la vida de las personas; declaraciones de informáticos y directivos de empresas de internet sobre las coacciones políticas en la red; la reunión desinteresada de un equipo de abogados para acordar una estrategia de defensa de Snowden. La escena final es un encuentro entre Snowden y Greenwald en el que se intercambian graves informaciones sobre el espionaje global norteamericano, y lo hacen a través de notas escritas que la cámara no capta para no revelar el nombre de un informador. Lo que sí queda claro es que el presidente de Estados Unidos, el premio Nobel Barak Obama, está enterado de las operaciones clandestinas e ilegales. La expresión de Snowden al conocer las nuevas revelaciones es de pasmo e incredulidad.
Conviene citar aquí dos preguntas que el crítico Roger Ebert se formula después de ver el documental por tercera vez. “¿Por qué ningún miembro del Congreso ha defendido a Snowden, que es un héroe para tanta gente en su país y que lo será aún más a medida que más espectadores vean el documental? ¿Por qué los gobiernos de Alemania y de Brasil, dos países poderosos ultrajados por las revelaciones de Snowden, no le han ofrecido asilo?” Hay, claro, muchas más preguntas por formular y por responder. Esto requiere implicación y participación de los ciudadanos en la vida pública, por mucho que el poder quiera que permanezcan en la apatía y la pasividad, indefensos, aislados e insolidarios.
En 1948 George Orwell escribió 1984, una novela futurista del subgénero distópico en la que un gran poder observaba y controlaba implacablemente a sus súbditos para evitar que alguno de ellos hiciera algo perjudicial. La tecnología ha permitido que esta pesadilla se convierta en realidad a escala planetaria. En el momento en el que se escriben estas líneas, en el momento en el que se leen, hay alguien vigilando, grabando, clasificando.
N.B.: Seguramente Estado Islámico y sus atentados nos obligarán a renunciar a parte de nuestra privacidad y libertad a cambio de seguridad. Pero debe recordarse que el programa de espionaje informático norteamericano es anterior a la irrupción de esta organización terrorista, y que probablemente se empleará con fines muy discutibles.
FICHA
Dirección: | Laura Poitras |
País: | Estados Unidos, Alemania, Reino Unido |
Idioma original: | inglés (portugués y alemán) |
Duración: | 114 minutos |
Web: | https://citizenfourfilm.com/ |
Tráiler: | https://citizenfourfilm.com/trailer |
2 thoughts on ““CITIZENFOUR” (2014): Un mundo controlado por los servicios de espionaje”