
El primer documental cinematogràfico que se distribuye desde el inicio de la guerra en Siria, en 2011, es sobrecogedor y valiente. Sobrecogedor porque pone ante la vista imágenes que la memoria preferiría no retener, y que en algún momento obligan incluso a cerrar los ojos, porque resultan insoportables: imágenes tomadas por sirios anónimos, con teléfonos móviles y pequeñas cámaras, de niños y niñas muertos, de adolescentes torturados, de gente de todo tipo sometida a humillaciones y agresiones, de cadáveres tirados en la calle rodeados de charcos de sangre. Valiente porque se enfrenta no sólo a estas imágenes enviadas por internet y a los hechos reales a los que remiten, sino a la responsabilidad de verlas, de aceptar que la conciencia las registre, y de hacer una película con este material terrible.

La inmensa mayoría de europeos ha optado por desentenderse de esta guerra brutal durante los cinco años que hace ya que dura, una matanza que además de una cantidad de muertos difícil de precisar -se habla de 270.000- ha empujado afuera de Siria a más de seis millones de personas, y ha creado en el interior del país más de cuatro millones de desplazados. Los emigrados serán una vergüenza eterna para Europa, que ha rehusado acoger a unos cientos de miles llegados después de arriesgar la vida cruzando el Mediterráneo en precarias barcazas o barcas neumáticas sobreocupadas, y que ante la llamada “crisis de los refugiados” sólo ha tenido la reacción de buscar argumentos legales para expulsarlos a Turquía. Aguas plateadas, autorretrato de Siria muestra de qué horror tratan de huir estas personas que no encuentran ningún respaldo oficial en ninguna parte del mundo.
Aguas plateadas, autorretrato de Siria muestra el horror del que tratan de huir los sirios.
Uno de sus dos directores, Ossama Mohammed, vive refugiado en París, donde ha recogido multitud de inmágenes grabadas con teléfonos móviles y cámaras sencillas que le envían por internet desde Siria. La principal corresponsal es Wiam Simav Berdixan, cineasta y maestra kurda que ha abierto una pequeña escuela en Homs, una de las ciudades más castigadas por la guerra. Ambos, en sus respectivas situaciones vitales, son sendas versiones diferentes de la conciencia. El refugiado en París es la reflexión lejana, la evocación atribulada que por momentos se siente culpable por haberse ido, y que no puede dejar de mirar imágenes, de intentar organizarlas en un montaje imposible, porque la brutalidad se resiste a crear un sentido: si se consiguiese montar una película “bien hecha” la violencia quedaría fuera de ella, resultaría domesticada y rebajada. Por eso, en la versión definitiva, Mohammed ha optado por conservar muchos fragmentos tal y como fueron grabados en los artefactos domésticos que los registraron, sin arreglarlos ni embellecerlos, guardando un severo respeto por la realidad terrible que originó los documentos.
Si se consiguiese montar una película “bien hecha” la violencia quedaría fuera de ella.
Mohammed es pues la conciencia reflexiva, culpabilizada por no estar en el lugar de los hechos, por no poder en ningún modo aliviar el dolor de sus compatriotas: representa todas las conciencias que tienen que pensar la tragedia siria desde fuera. Berdixan, la maestra de Homs, representa el puro instinto de supervivencia, pero no individual y particular, sino comunitario: es pura solidaridad, generosidad, compromiso. Es quien más imágenes ha aportado a esta película colectiva. Cuando pudo salir de Siria para presentar el film en el festival de Cannes, le ofrecieron quedarse en Francia, y prefirió regresar a Homs. En un momento de la película, Mohammed confiesa en voz en off que la animó a irse de Siria para acercara a su propia huida, para extraerla de la heroicidad silenciosa con la que él no podía comunicarse, y trasvasarla a su propia lejanía, donde la comunicación sí sería posible: la distancia que media entre el exiliado y la mujer que ha decidido permanecer en el país no es física, sino moral.
La distancia que media entre el exiliado y la mujer que ha decidido permanecer en el país no es física, sino moral.

Mohammed nos habla de un muchacho sirio que le pidió apoyo para organizar un cine-club en su barrio de Damasco. Lo conoció, nos dice, en una proyección de Hiroshima mon amour, una gran película de Alain Resnais de 1959. Esta referencia cinematográfica no es gratuita: nos da la clave del documental. En Hiroshima mon amour un japonés y una francesa, que han tenido una breve relación amorosa, tratan de comprender y asimilar en común la traumática experiencia de la guerra, de transformar las vivencias en recuerdos, en memoria, para así hacerlas soportables, para poder ponerse en contacto con su propio interior y así ser capaces de vivir y emergir de la obsesión. Toda la película está hecha de voces en off de ambos protagonistas, que evocan sus experiencias en un intento de conjurarlas. Pero estas vivencias incomunicables son aguijonazos en el interior de cada conciencia: a lo largo de la película se va repitiendo la frase “Tu n’as rien vu”, “No has visto nada”, porque lo que ha vivido cada uno es una cruz que ha de cargar solo. También las dos voces de Autorretrato de Siria, la de Mohammed y la de Berdixan, resuenan en el vacío de la soledad sobre las imágenes de las atrocidades. Se busca el sentido que clausure, que haga tolerables las vivencias, pero el sentido se resiste a emerger. Lo que el film muestra, al cabo, es la imposibilidad de asumir las atrocidades. Por eso no hay intento alguno de interpretar la brutalidad. Las únicas reflexiones que hacen las voces en off son de tipo moral, sobre el fracaso y la frustración de la conciencia.
Lo que el film muestra, al cabo, es la imposibilidad de asumir las atrocidades.
Inútil describir las imágenes, hay que verlas, aceptar verlas, sin cerrar los ojos o abandonar la proyección. Ver los cuerpos sin vida de niños y niñas, a un adolescente en calzoncillos obligado a lamer la bota de su torturador antes de que le dé un puntapié en la cara, a hombres golpeados y obligados a besar fotografías de Bachar El-Asad, manifestaciones pacíficas disueltas a tiros de metralleta, sangre por todas partes, un gato con una pata lisiada arrastrándose por las calles en ruinas de Homs, un perro famélico al que los huesos están ya a punto de atravesar la piel, un niño que habla con la tumba de su padre muerto y deposita flores en ella, el mismo niño andando por las calles de Homs, bajo la mirada de un francotirador invisible, en un trayecto en el que el espectador teme que le disparen en cualquier momento.

La voz de Mohammed habla de los niños y jóvenes torturados en la ciudad de Deraa en febrero de 2011, el episodio que se ha convertido en el emblema del inicio de las torturas en Siria hace cinco años: un grupo de jóvenes escribió en una pared que la gente deseaba el fin del régimen de El-Asad (“Es tu turno, doctor”), la policía detuvo al día siguiente a 18 jóvenes (diez de ellos menores de edad), los torturaron -desde golpes hasta descargas eléctricas a arrancar las uñas-, a algunos les mataron. Cuando los padres de uno fueron a reclamar a su hijo los policías les dijeron que estaba muerto, que hicieran otro, que ellos se lo podían hacer. Vemos imágens de la manifestación en Deraa en protesta por la tortura y el asesinato de los jóvenes, y cómo la policía militar la disolvió a disparos y aumentó el número de muertos.
(El jefe de la policía, primo de El Asad, les dijo a todos los padres que se olvidaran de sus hijos. De los 18 detenidos,sólo cuatro continúan hoy en Siria, combatiendo, algunos en grupos islamistas; cuatro han muerto en la guerra; los otros han huido del país, y deben de sobrevivir como pueden en cualquiera de los inhumanos campos de desplazados o refugiados.)

En el film aparece un soldado sirio que se negó a disparar contra los manifestantes tal y como le ordenaban sus superiores, servidores de El-Asad, y en cambio se sumó a ellos después de renunciar a las armas: pide a los soldados sirios que no disparen contra sus compatriotas indefensos. Aparecen los niños de la escuela de Berdixan, cantando y riendo, a pesar de que alguno tenga el ojo vendado. Son destellos de bondad en medio de una oscuridad absoluta. También por ellos merece la pena ver esta película.
El film se proyectó en una sesión organizada para recaudar fondos para ACNUR y Médicos Sin Fronteras en Siria. En una explicación posterior se ofrecieron muchas informaciones básicas que permiten entender mejor la película y, sobre todo, la situación en Siria. La guerra estalló porque los sirios protestaban contra la corrupción del país, donde la familia de El-Asady sus afines acaparan más de la mitad de la riqueza total: se torturó y asesinó a personas que ni siquiera deseaban derribar el régimen, sino que se limitaban a pedir reformas. Estado Islámico entró en Siria cuando ya hacía dos años que había guerra. Esta no es un enfrentamiento entre el régimen oficial de El-Asad y Estado Islámico, con el añadido del Ejército Libre de Siria, según quieren hacer creer los medios de difusión; es una agresión constante de asesinos sanguinarios con diferentes uniformes contra civiles indefensos. Hace cinco años que dura, y Europa se quiere sacar de encima a la gente que huye de esta barbarie.
FICHA
Dirección: | Ossama Mohammed y Wiam Simav Berdixan |
País: | Siria |
Lengua original: | Árabe |
Localizaciones: | Homs, Deraa (Siria), París |
Duración: | 92 minutos |
Trailer: | https://www.youtube.com/watch?v=CPaERAgs2uY |
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