
El penúltimo invento de las grandes compañías norteamericanas para lucrarse a costa de los recursos del planeta y de la salud de sus congéneres consiste en realizar perforaciones “no convencionales” para extraer gas natural y petróleo del subsuelo, y se conoce como fracturación hidráulica o perforación horizontal, o, más popularmente, fracking. Básicamente, estas perforaciones consisten en inyectar materiales a presión en el terreno para ensanchar las fracturas en la roca que hay por encima del gas y el petróleo, para que estos puedan emerger a la superficie. El fracking ha permitido a las grandes compañías del gas y el petróleo acceder a enormes reservas de gas natural atrapadas en el subsuelo, lo que ha convertido a los Estados Unidos en una potencia energética y ha propiciado la recuperación económica del país. Hoy Estados Unidos es el primer productor mundial de petróleo (aunque de muy poco le sirve: véase la nota final de este post). El problema es que estas ventajas tienen un coste terrible incluso a corto plazo, y amenazan de forma muy grave la supervivencia del planeta. En cada uno de estos pozos se inyectan millones de litros de agua mezclados con productos químicos extremadamente tóxicos tanto para la tierra como para el agua, los humanos, los demás animales y las plantas. Gasland, que es un documental pero que parece más bien una película de terror, muestra los catastróficos efectos del fracking, y nos permite entrever lo que nos espera a los humanos y al planeta si no surge pronto algún político honesto que lo prohíba para siempre. La película se centra en las consecuencias del fracking a lo largo de todo el territorio estadounidense. Zonas naturales al completo se están convirtiendo en fétidos vertederos de aguas residuales, los ríos y los acuíferos están contaminados.
Gasland, que es un documental pero por momentos parece más bien una película de terror, muestra los catastróficos efectos del fracking.

Un día de mayo de 2008 Josh Fox recibió en su casa rural cerca del río Delaware, en la frontera entre el estado de Nueva York y Pensilvania, una carta en la que una compañía de gas le ofrecía un dineral (100.000 dólares) por su autorización para realizar extracciones en su propiedad. Según los prospectores, la propiedad de Fox se encuentra justo encima del enorme Yacimiento Marcellus, calificado como la “Arabia Saudí del gas natural”. Fox, que vive en la casa construida por sus padres y tiene sensibilidad ambiental, rechazó la oferta: no quería tener altas torres de hierro bombeando hidrocarburos en su terreno. Fox era consciente de la polémica que había alrededor del fracking, que se estaba practicando masivamente en su país desde hacía años, y quiso indagar en el fenómeno y dejar constancia de esa indagación. Empezó el documental, primero él solo y luego con la colaboración de tres cámaras y un montador, sobre esta práctica industrial y sus efectos. Visitó casas particulares y terrenos de personas que habían aceptado la misma oferta que le habían hecho a él, y lo que descubrió resulta sobrecogedor. En Colorado, Wyoming, Utah, Texas y otros estados (hasta veinticuatro) en los que el fracking se ha generalizado, encontró a gente afectada por graves problemas de salud (neurológicos, digestivos, de circulación) derivados de la contaminación causada por el fracking en el agua superficial y subterránea, el aire y la tierra.
Fox entra en las casas de los afectados, que le muestran el estado temible del agua que sale de los grifos: no son solo los terroríficos posos oscuros que quedan en el fondo de los vasos, sino también el sorprendente hecho de que, al exponer el agua saliendo del grifo a la pequeña llama de un encendedor, se incendie y cree una gran llamarada. Esto se debe a la gran cantidad de sustancias químicas que se han mezclado con el agua de uso doméstico: además de tóxicas, son inflamables. Y esto es lo que las personas han estado introduciendo en sus cuerpos durante meses y años. De aquí provienen las enfermedades crónicas mencionadas; y, en algunos casos, las muertes. Las compañías estadounidenses, con la connivencia de los gobiernos estatales y del Gobierno federal (primero la administración Bush Jr. y luego la administración Obama), han estado suministrando a sus conciudadanos agua tóxica e inflamable que les ha causado enfermedades crónicas. Esta agua también ha causado una degradación ambiental terrible.

La única señal de respeto y piedad que han mostrado las compañías y los gobiernos ha consistido en algunas compensaciones en forma de aparatos de purificación del agua (insuficientes para eliminar los elementos químicos nocivos) y las ya mencionadas ofertas económicas para llevar a cabo prospecciones y extracciones, en contratos en los que figura una cláusula de confidencialidad: los afectados se comprometen a no hacer público lo que pasa en sus terrenos a cambio de percibir las cantidades estipuladas.
Fox no habla únicamente con los particulares que consintieron en firmar el contrato para autorizar el fracking en sus terrenos. También habla con científicos, políticos y algún directivo de las compañías (si bien, tal y como se indica en los créditos, la gran mayoría de CEOs se negó a aparecer en el documental). Incluso asiste a una subcomisión del Congreso en la que se debate la necesidad de que las compañías hagan públicos los componentes que vierten en el subsuelo y en los acuíferos. Porque la composición química del material del fracking es un secreto de estado, que ninguno de los responsables está obligado a revelar. Las sustancias químicas que entran en el agua del subsuelo terminan en los hogares de personas indefensas, que no tienen a quién recurrir (aunque, en teoría, en el supuesto estado de derecho, el poder legislativo y judicial deberían ponerse de su parte). Los pocos componentes que conocemos dan miedo: agentes cancerígenos, causantes de enfermedades y malformaciones congénitas y de desórdenes en el sistema nervioso. En los diversos análisis químicos independientes que aparecen en pantalla se enumera por orden alfabético una gran cantidad de productos químicos tóxicos encontrados en el agua. La lista es enorme, y todos son nombres de productos que nadie que ame la vida querría tener en el interior de su organismo.
Los responsables de esta atrocidad son los de siempre: las grandes compañías y los políticos.
Los responsables de esta atrocidad son los de siempre. Las grandes compañías energéticas norteamericanas (encabezadas por Halliburton). Los políticos: al comienzo del segundo mandato de Bush Jr., el nefasto vicepresidente Dick Cheney (alto ejecutivo de Halliburton, arquitecto entre otras cosas de la guerra de Irak, y responsable de innumerables muertes) se aseguró mediante una triquiñuela legal de que las compañías de gas quedaran exentas de la Ley de Agua Limpia aprobada a principios de los setenta, que protegía el agua potable como bien común, lo que permitió a las compañías empezar a hacer las perforaciones y a inyectar enormes cantidades de agua mezclada con sustancias químicas tóxicas en el subsuelo. Obama ha mantenido la impunidad absoluta de las compañías.

La impotencia de las personas afectadas por la contaminación del agua causada por las compañías, con el apoyo de los Gobiernos federal y estatales, es indescriptible; el cinismo, la crueldad y la inconsciencia de los altos ejecutivos y gran parte de los políticos, también. A pesar de negarse a revelar las sustancias químicas inyectadas en el subsuelo y en los acuíferos, las compañías han negado -sin presentar pruebas- cualquier responsabilidad en la degradación ambiental y en las enfermedades humanas. Ningún gobierno les ha pedido explicaciones. Los análisis independientes han llegado a conclusiones claras sobre la composición del agua: es altamente nociva para el medio ambiente y para las personas. Las compañías se han defendido aduciendo un estudio de la Universidad de Texas que las eximía de responsabilidades. La Universidad invalidó este estudio tras descubrir que el principal investigador tenía intereses financieros en la industria del gas natural, intereses que había ocultado en el informe. Este investigador tuvo que dimitir de su cargo en la Universidad de Texas, igual que el director del estudio. Se ha demostrado que otros estudios que negaban la conexión entre las perforaciones y la contaminación carecían del suficiente rigor científico, y estaban asimismo financiados por la industria. Esta colaboración ilegítima entre el mundo académico y la empresa privada, con incentivos económicos de por medio que constituyen sin duda conflictos de intereses, es muy habitual en los Estados Unidos. Queda retratada en el documental Inside Job.
La colaboración de los políticos se extiende a los medios de comunicación, que al fin y al cabo están en manos de grandes grupos de interés. Fox muestra cómo un grupo de ciudadanos de Nueva York, muy preocupados por los efectos del fracking en el suministro de agua de su ciudad, encargó un estudio independiente que los dejó aún más preocupados; el grupo convocó una rueda de prensa para informar de la situación; no apareció ningún periodista de ninguno de los grandes medios. Solo fue Fox.
¿Qué oposición puede plantearse a la codicia arrolladora de las compañías? ¿Cómo se pueden defender en los Estados Unidos, cómo podremos defendernos en Europa, en África, en Ásia, cuando la descarnada lógica del negocio se extienda a estos continentes? Fox muestra que la única vía es ejercer una presión popular coordinada: que los particulares hagan un frente común y salgan del aislamiento que los condena al fracaso. Muestra también que quedan algunos políticos íntegros, que no se han dejado sobornar ni intimidar por las presiones (seguramente enormes) del lobby de la energía. En una subcomisión del Congreso que aparece en el documental, algunos de estos políticos honestos ponen entre la espada y la pared a altos directivos de las compañías mencionadas, que quedan retratados como personajes amorales, faltos totalmente de escrúpulos, y también de argumentos cuando alguien les exige explicaciones. El gran problema es que casi ningún político se las exige.
Entre los numerosos testigos que aparecen en Gasland, hay uno particularmente destacable. Se trata de un granjero y ranchero de Wyoming llamado John Fenton, que denuncia la degradación ambiental, la destrucción del paisaje, la contaminación del agua, el mal estado de los animales que beben esta agua. Fenton se niega a abandonar su tierra, que también fue la de sus antepasados y que tenía intención de transmitir a su hijos. Fenton, un hombre honrado y airado, se ha convertido en uno de los líderes a nivel internacional en la lucha contra el fracking.
Hay que agradecer a Fenton, Fox y a todos los que se han embarcado en la resistencia contra esta nueva agresión al planeta que nos den a conocer los escalofriantes riesgos que implica el fracking. Tienen una industria muy potente y violenta en su contra, que dispone además del apoyo de muchos políticos y medios de comunicación. Por el bien de todos, hay que implicarse y comprometerse en esta lucha desigual: la amenaza es muy real. Los acuíferos y el agua superficial no podrán limpiarse de las sustancias químicas tóxicas. El efecto invernadero de las sustancias expulsadas en el aire será irreversible. La destrucción de los paisajes y los ecosistemas, probablemente definitiva. Las enfermedades contraídas por las personas, fatales y tal vez mortales.
El documental en sí, como ya se comentó, está bien trabajado y desde el punto de vista formal es atractivo. Fox se protege a menudo del terror con un escudo hecho de ironía, de humor fino. La cinematografía -a cargo del mismo Fox- es muy buena, tanto la fotografía como el montaje. A diferencia de muchos documentales dedicados a temas ambientales, que prescinden de la reflexión sobre la manera de presentar los problemas y lo centran todo en el tema en sí, Gasland no olvida en ningún momento su condición de película, de vehículo de información y conocimiento. La música popular que acompaña la película y que sigue sonando hasta el último instante en los títulos de crédito funciona como una llamada al activismo, a la implicación, al compromiso, en la mejor tradición de la lucha norteamericana por los derechos civiles.
Nota: Si bien Estados Unidos es el principal productor mundial de petróleo, los medios de extracción no convencional que se aplican en este país son mucho más caros que las técnicas empleadas en países como Irán, Irak y Arabia Saudita, que no necesitan gastar tanto dinero para obtener su petróleo convencional y por tanto pueden venderlo mucho más barato. El resultado es que Estados Unidos no es un competidor serio para ellos, y ha tenido que reducir su actividad de fracking, que no le sale a cuenta. Pero no sin antes envenenar sus propios acuíferos.
FICHA
Dirección y guión: | Josh Fox |
Productora: | HBO Documentary Films, International WOW Company |
País: | Estados Unidos |
Idioma original: | Inglés |
Duración: | 107 minutos |
Web: | http://www.gaslandthemovie.com/home |
Tráiler | https://www.youtube.com/watch?v=BtpSgqUZ3oA |