
En la Barcelona de entre los años 90 y 2015 se hincharon dos tipos de burbuja: inmobiliaria (véanse los films En construcción, de José Luis Guerín, y Mercado de futuros, de Mercedes Álvarez) y turística (conversión de la ciudad en un imán tanto para el turismo barato como para un turismo adinerado que no beneficia al conjunto de la ciudad, sino a un circuito cerrado de hoteleros y a otros intereses privados). El ayuntamiento se entregó sin pudor a la lógica más salvajemente capitalista, según la cual unos pocos se enriquecen privatizando en su interés los recursos públicos a costa del resto de ciudadanos. Según esta lógica, los ciudadanos deben aceptar pasiva y pacíficamente el expolio de sus recursos mientras el alquiler de la vivienda y el precio de la vida suben estratosféricamente y los turistas se pasean como Pedro por su casa por la ciudad.
¿Qué sucede con los barceloneses que no pasan por el aro, los que no obedecen, ni van vestidos como exige el criterio de normalidad, ni se limitan a trabajar, pagar impuestos e indicar a los turistas cómo llegar a las direcciones que les pidan, los que molestan porque obstruyen o dificultan el desarrollo fluido de esta lógica capitalista? Ciutat morta nos da un testimonio crudo, muy duro, a partir de un episodio concreto que echó a perder o incluso acabó con las vidas de personas inocentes, y que pone en evidencia un entramado de corrupción en el que participaron todas las instancias del poder: política, judicial y policial. Desde las altas y elegantes esferas del ayuntamiento y los tribunales de justicia hasta los más sórdidos bajos fondos de las mazmorras policiales.
Qué sucede con los barceloneses que no pasan por el aro, los que no se limitan a trabajar, pagar impuestos e indicar a los turistas cómo llegar a las direcciones que les pidan?
La noche del 4 de febrero de 2006 hubo una fuerte carga policial en el centro de Barcelona, en el barrio de Sant Pere, Santa Catalina y la Rivera del distrito de Ciutat Vella. En un antiguo teatro abandonado y ocupado tenía lugar una fiesta multitudinaria a altas horas de la madrugada, muy molesta para los vecinos. Se produjo un duro enfrentamiento entre la guardia urbana y algunos de los asistentes a la fiesta: intercambios de golpes de porra y lanzamiento de objetos contundentes. En algún momento de la pelea, uno de los policías, que iba sin casco, recibió un fuerte impacto en la cabeza; el golpe lo dejó en un estado de coma del que ya no se recuperaría. Inmediatamente se practicaron una serie de detenciones: tres jóvenes sudamericanos que en ese momento caminaban por el lugar de los hechos (Sant Pere més Baix), y que no se encontraban en el lugar elevado del edificio desde donde se estaban lanzando objetos, y un chico y una chica que ni siquiera estaban en aquella calle ni en aquel barrio, sino que habían asistido a un hospital del barrio de la Barceloneta, a orillas del mar, para que los atendieran de las heridas que se habían producido al caer de la bicicleta en la que circulaban aquella noche.
El motivo principal de las detenciones de los cinco jóvenes era su aspecto peculiar: peinados extraños, piercings, grandes pendientes. El aspecto físico no debería ser motivo de detención. Pero, sin ninguna prueba directa ni indirecta que demostrara vinculación alguna entre estos jóvenes y la agresión al agente, los cinco fueron trasladados a las dependencias policiales e interrogados brutalmente, con agresiones y torturas que resultan innegables, tal y como constatan las fotografías y los testimonios. A través de un procedimiento completamente irregular, con falsificación de pruebas, se presentó una denuncia contra los tres jóvenes sudamericanos y la pareja de la bicicleta, relacionándolos a todos con la agresión al agente. Una jueza posicionada desde el primer momento en contra de los acusados, hasta el punto de que prescinde por completo de cualquier apariencia de la imparcialidad y objetividad que se le debería suponer en el ejercicio de su profesión, fue expeditiva en la condena a los cinco acusados.
El documental muestra de manera contundente la complicidad de políticos, jueza y policías en estas acusaciones. Que apresaron a los primeros que encontraron: los tres jóvenes que paseaban por la calle y el chico y la chica que se habían caído de la bicicleta y habían ido a un hospital para que les curaran las heridas. Que aquella noche, a los tres primeros los apalearon salvajemente unos agentes de la guardia urbana que un periodista bien informado y digno de crédito (David Fernàndez) califica de hooligans violentos, y que han recibido denuncias de otras víctimas de sus maltratos (en el documental los agentes aparecen presentando falso testimonio en un juicio por una de estas acusaciones).

Los cinco jóvenes fueron condenados: de los tres sudamericanos, dos estuvieron dos años y medio en prisión; el tercero, cinco años. La chica y el chico de la bicicleta también fueron encarcelados. Cuando ella salió de la cárcel en régimen de semilibertad, muy afectada y deprimida por todo lo que le había ocurrido, se suicidó tirándose por la ventana. Solo dos de los cuatro supervivientes aceptaron ofrecer su testimonio en el documental; los otros dos quedaron demasiado traumatizados para comparecer ante las cámaras.
La pregunta que surge enseguida en la conciencia del espectador: ¿cómo fue posible? Barcelona, la ciudad modélica y de moda en las rutas turísticas, que se presentaba como moderna y tolerante, tenía un grupo de sicarios violentos en los bajos fondos que gozaban de la protección del poder político y judicial. La segunda pregunta: ¿por qué capturaron a estos chicos en concreto? La tercera: ¿lo que pasó aquella noche fue un accidente aislado o se integra en una práctica y un plan generales?
Barcelona, la ciudad modélica y de moda en las rutas turísticas, que se presentaba como moderna y tolerante, tenía un grupo de sicarios violentos en los bajos fondos que gozaban de la protección del poder político y judicial.
A los chicos los detuvieron, además de por estar en el lugar equivocado en la hora equivocada (los tres primeros; los de la bicicleta ni eso) únicamente por el aspecto. La guardia urbana barcelonesa capturó y maltrató a los cinco jóvenes por su apariencia física. No tenían ningún argumento contra ellos. Tal y como explica el médico forense que se ocupó del caso, el objeto que golpeó al agente no pudo ser lanzado desde el lugar en el que se encontraban los tres, a pie de calle, porque, a causa de las inapelables leyes de la física, el impacto hubiera tenido otro ángulo. Según el examen forense, el objeto fue arrojado desde un lugar elevado, muy probablemente desde una ventana del teatro ocupado en el que tenía lugar la fiesta.
¿Fue un accidente aislado? Por las diversas denuncias que se han presentado contra los agentes, sabemos que no. Estos tenían la costumbre de agredir salvajemente a los sospechosos (es decir, a las personas que ellos consideraban sospechosas: podía tratarse de cualquiera, según determinara el azar). ¿Por qué nadie en las altas esferas tomó medidas contra estas prácticas? Ningún cargo de la guardia urbana ni del ayuntamiento hizo nada. Y no pueden aducir desconocimiento: durante mucho tiempo la madre de uno de los chicos, acompañada de otras personas, se plantó cada día ante el ayuntamiento para denunciar la situación.
El inefable alcalde de Barcelona en aquel momento, el nominalmente socialista Joan Clos (después ministro español de industria y embajador en Turquía), declaró imprudentemente al día siguiente de los hechos que, según los informes, el objeto se había lanzado desde un lugar elevado; luego se desdijo y dejó la decisión en manos de la jueza. Así pues, el alcalde apartaba la mirada cuando encontraba familiares y amigos de los presos reclamando su liberación. No pidió ninguna explicación sobre un caso lleno de irregularidades. Y, como ya se ha dicho, la jueza fue hostil con los acusados desde el primer momento: aceptó pruebas no concluyentes, no atendió argumentos exculpatorios, fue abiertamente parcial. Según los realizadores, “en aquel juicio no se juzgaba a individuos, sino a todo un colectivo. Se trataba de un enemigo genérico construido por la prensa y los políticos de la Barcelona modélica. Barcelona, la ciudad que acababa de estrenar su ‘ordenanza de civismo’, una ley higienista, marco legal perfecto para los planes de gentrificación de algunos barrios céntricos, destinados al turismo”.
Esta declaración contiene la doble clave del caso. Como demuestra el documental, y ya hemos indicado, por un lado se persiguió a disidentes antisistema, molestos para los elegantes dirigentes de la ciudad. Por otro lado, se aplicó una agresiva estrategia encaminada a vaciar el centro de la ciudad con el objetivo de derribar edificios viejos y poder reemplazarlos por nuevas construcciones de lujo que enriquecerían a unos cuantos grupos de interés. Es muy extraño que se permitiera que el teatro abandonado fuera ocupado: normalmente se hubiera expulsado de inmediato a los okupas. Es aún más extraño que se consintieran las habituales fiestas nocturnas, que no se hiciera nada para evitar alborotos ni el desagradable espectáculo de borrachos tirados en el suelo, una verdadera pesadilla para los vecinos. Un miembro del movimiento okupa explica el motivo de esta permisividad: la gente que se había instalado en el teatro y que causaba altercados no pertenecía a este movimiento, caracterizado en general por la actitud pacífica y la colaboración con los vecinos en la organización de actos y acciones de la vida comunitaria. Lo que pretendía el Ayuntamiento permitiendo que los ocupantes del teatro se enemistaran con los vecinos era crear una corriente de opinión contraria al movimiento okupa en general, con el fin de erradicarlo y expulsarlo del centro de la ciudad.
Lo que pretendía el Ayuntamiento permitiendo que los ocupantes del teatro se enemistaran con los vecinos era crear una corriente de opinión contraria al movimiento okupa en general, con el fin de erradicarlo y expulsarlo del centro de la ciudad.
El imprevisto con el que se encontró el Ayuntamiento fue que la noche del 4 de febrero de 2006, durante el enfrentamiento, alguien hirió al agente desde el teatro. Y resulta que, como el teatro era propiedad del Ayuntamiento, este se convertía en responsable subsidiario de los hechos. Esto explica en buena parte el interés por imputar a personas que no se encontraban en el interior del edificio: la actuación torpe del alcalde, la jueza y los sádicos agentes. El documental termina enlazando las tres líneas -persecución de los antisistema, estrategia para vaciar de okupas el centro de la ciudad, táctica exculpatoria del Ayuntamiento- para explicar por qué cinco inocentes pasaron años en prisión, con daños emocionales tan graves que una de ellos se suicidó.
Ciutat morta termina enlazando las tres líneas: persecución de los antisistema, estrategia para vaciar de okupas el centro de la ciudad, táctica exculpatoria del Ayuntamiento.
Ciutat morta se centra en esta joven, Patricia Heras, de quien perfila un retrato a partir del testimonio de sus amigos. No resistió el impacto de la agresión. Como los otros chicos, pasó dos años esperando el juicio, intentando conseguir dinero para pagar un abogado, y luego padeció tres años de encarcelamiento.

Nadie que esté mínimamente informado de cómo funcionaron las cosas en Barcelona durante aquellos años puede quedar completamente sorprendido ante los hechos expuestos en este valiente documental; y, aun así, el grado de corrupción, cinismo y crueldad implacable que se pone de manifiesto en la maquinaria y la lógica del poder resulta escalofriante, aterrador. Hay que agradecer a los autores del documental que nos hayan mostrado la cara oculta de ese escaparate en el que se exhibía la “marca” Barcelona, los bastidores ocultos y obscenos (“fuera de escena”) del teatro en el que se desarrollaba la comedia de una ciudad transformada en pura representación.
FICHA
Dirección y guión: | Xavier Artigas, Xapo Ortega |
País: | Cataluña |
Idioma original: | catalán y castellano |
Duración: | 120 minutos |
Tráiler: | https://vimeo.com/71703409 |
Película completa: | https://vimeo.com/116564245 |