“LA MIRADA DEL SILENCIO” (2014): Los supervivientes miran a los asesinos

 

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Cartel promocional del film.

Con el muy innovador documental The Act of Killing (2012), Joshua Oppenheimer y sus colaboradores exploran la mente de algunos de los asesinos que perpetraron el genocidio de Indonesia en 1965 (para la información histórica, consúltese el post sobre este documental). La mirada del silencio (2014) complementa y completa The Act of killing: al mismo tiempo que sigue indagando en la memoria de los carniceros, muestra a los familiares de las víctimas, a los supervivientes, que estaban completamente ausentes en el primer film. Si The Act of killing pone al descubierto los recuerdos y las fantasías de sicarios amorales mediante el procedimiento de invitarlos a escribir, dirigir y representar una película sobre sus propios crímenes –un planteamiento experimental que produce un resultado delirante y espantoso, pero iluminador–, La mirada del silencio obedece a un método en apariencia, pero solo en apariencia, más tradicional. En buena parte consiste en entrevistas a asesinos indonesios, tanto a ejecutores físicos como a algunos de los dirigentes que ordenaban las matanzas. Pero a pesar del formato en principio tradicional de las entrevistas, esta segunda parte del díptico de Oppenheimer aplica también una manera muy nueva de hacer documental. Porque resulta que la persona que entrevista a los sicarios es el hermano pequeño de una de las víctimas, un optometrista (oculista especializado) llamado Adi Rukun, que en el momento de rodarse la película tiene unos cuarenta años.

Adi concierta los encuentros con la mayoría de ellos mediante la propuesta de comprobar el estado de su vista. Mientras les prueba diversas lentes, les hace preguntas sobre lo sucedido en 1965, y por último les revela su identidad de hermano de asesinado, todo ello filmado por Joshua Oppenheimer en colaboración con otro director que ha preferido permanecer en el anonimato para evitar represalias. El entrevistador mantiene la calma en todo momento, incluso cuando percibimos la ira y la indignación en su expresión, incluso cuando expresa oralmente una acusación. Todo es muy contenido en el plano verbal, y al mismo tiempo insoportablemente tenso en el plano de los significados latentes. La reacción de los entrevistados, cuando se dan cuenta de que el encuentro es un pretexto para hacerles hablar de sus actos, suele ser de desconcierto, y de irritación. En Indonesia no se ha juzgado nunca el genocidio –un millón de personas asesinadas bajo la acusación de ser “comunistas”–, y los asesinos que aún están vivos tienen poder y dinero (a menudo el que robaron a sus víctimas). Por eso les sorprende que alguien los aborde con la intención de aclarar los hechos y buscar responsabilidades. Casi nadie se había atrevido a hacerlo, ni en Indonesia ni en el extranjero, en buena medida porque los gobiernos occidentales (sobre todo Estados Unidos y Reino Unido) fueron cómplices e instigadores de aquella matanza de comunistas reales y supuestos. En rigor, al principio de las entrevistas los asesinos están orgullosos de sí mismos, incluso se jactan de sus crímenes, que son aprobados y aplaudidos por la clase dominante indonesia; solo cuando se dan cuenta de que el optometrista les está acusando se irritan y se vuelven agresivos.

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Adi entrevista a uno de los mandos que ordenaron las matanzas.

Las entrevistas de un hermano de asesinado a sus asesinos constituyen un elemento sorprendente, tanto como la escenificación de los recuerdos y las fantasías de los verdugos en The Act of killing. Ambos planteamientos arrojan resultados inesperados, esclarecedores, sobre la psicología de los verdugos (no se puede llamar pensamiento), una visión interior que no habría podido obtenerse ni por asomo en un reportaje o con una exposición neutra y exterior.

La mirada del silencio contiene otros recursos muy acertados, que crean diversos efectos no solo cinematográficos, sino de conocimiento general. El visionado de Adi de vídeos en los que asesinos de medio siglo atrás evocan con orgullo sus crímenes –uno de los cuales el de su hermano– permite sentir que vemos la situación a través de sus ojos, nos invita a ponernos en su lugar. La declaración de los carniceros ante la cámara de Oppenheimer y del co-director anónimo (uno de los cuales incluso ha publicado un libro ilustrado sobre sus ejecuciones) confieren un sobrecogedor aire de realidad al film. Los fragmentos en los que aparecen los padres, ella una mujer todavía muy lúcida, él un vejete esmirriado, senil e inválido, que no recuerda al hijo muerto ni al vivo, muestran la aflicción de los familiares, de un modo nada sentimental ni fácil.

El conjunto de estos diferentes niveles origina una visión muy rica y compleja de los hechos de 1965, y de sus consecuencias, que se trata de entender desde todas las perspectivas posibles. Tal es, a fin de cuentas, el objetivo del díptico sobre la matanza de 1965: llegar a una comprensión total de la atrocidad, observarla desde todos los ángulos (no solo desde el de las víctimas, con el que el espectador se identifica espontáneamente, sino desde el repugnante de los asesinos), con la finalidad de hacer justicia aunque solo sea medios siglo después.

El objetivo del díptico sobre la matanza de 1965: llegar a una comprensión total de la atrocidad, observarla desde todos los ángulos (no solo desde el de las víctimas, sino desde el repugnante de los asesinos).

Pero, además de esta encomiable y arriesgada finalidad jurídica e histórica, el díptico tiene otra más profunda, más filosófica. Desea y consigue mostrar la experiencia de la violencia humana desde dentro, no con el habitual retrato superficial de buenos y malos, que tan tranquilizador resulta para el espectador (que después ya no tiene que pensar más en ello), sino mostrando la crueldad, la amoralidad y el dolor como rasgos inherentes a la humanidad, una revelación que acaba por ser insoportable. Tanto la impunidad y la inconciencia de los asesinos como el sufirmiento sordo y el miedo de los supervivientes son fenómenos sumamente desagradables que habrían permanecido inaccesibles para un reportaje anclado en el estadio plano de los hechos y los datos. La gran aportación de Oppenherimer y sus colaboradores en estos dos films es descubrir lo que hay en la mente de los integrantes de ambos bandos.

La familia del muerto descubre como lo mataron a través de los vídeos de diez años atrás que Oppenheimer muestra a Adi, en los que los esbirros evocan el asesinato. Lo destriparon de modo que los intestinos le quedaron colgando, le hicieron varios cortes con machetes, y finalmente le cortaron el pene y lo dejaron desangrándose. Como el de muchos otros “comunistas”, arrojaron su cadáver al río Sierpe, que llegó a estar tan lleno de muertos que nadie quería comer su pescado.

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Adi mira uno de los vídeos en los que los asesinos se jactan de sus crímenes. En estas imágenes descubre cómo mataron a su hermano mayor.
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El espectador ve los vídeos a través de la mirada de Adi, y en esta experiencia se identifica con él, se involucra en la tragedia indonesia, deja de ser un curioso externo.

A partir del descubrimiento de la horrible muerte del hermano, producida dos años antes de que naciera él, Adi decide empezar las entrevistas a los sicarios y a sus jefes, acompañado por las cámaras de los directores. Conoce el nombre de los asesinos. Lo único que falta es ir a hablar con ellos. Este paso requiere un enorme coraje, tanto porque enfrentarse a los asesinos del propio hermano resulta traumático como por la probabilidad de que los asesinos que todavía ocupan el poder tomen represalias violentas contra él y sus familiares. Adi da este paso, valerosamente. Habla con los asesinos mientras les examina la vista. Hace preguntas que hay que ser muy valiente para formular a gente violenta, y las hace con un tono contenido, que solo parcialmente oculta la indignación.

En el curso de las charlas van aflorando muchas informaciones factuales: que los asesinos bebían sangre de las víctimas “para no volverse locos”, que los comunistas eran malvados porque “no creían en Dios y se acostaban con diferentes mujeres”, que el ejército indonesio el general Suharto, si bien llevaba las víctimas hasta el lugar donde las ejecutaban, dejaba el trabajo para los civiles, a fin de evitar acusaciones de la comunidad internacional.

Una evolución habitual de las charlas es el paso de los entrevistados desde una inicial posición de orgullo y satisfacción por sus actos a una negación de responsabilidades una vez saben que el optometrista es hermano de uno de los muertos. Uno de los entrevistados le advierte que estas preguntas le habrían costado muy caras cinco décadas atrás, y le pregunta de qué pueblo es, de qué región; Adi se reserva esta información porque sabe que costaría su vida y la de su familia.

En estas conversaciones se dicen cosas como “Si son malas personas las puedes descuartizar” y “Lo hicimos porque los americanos nos enseñaron a odiar a los comunistas”. Uno de los entrevistados es un tío materno de Adi, y por tanto de su hermano asesinado, que vigiló a este último en la cárcel la noche anterior a su muerte. Adi le pregunta por qué jo hizo, si no se siente responsable. El tío responde que no, que él no lo mató, que solo cumplía órdenes, que protegía al Estado.

En La mirada del silencio no hay más violencia que la de las explicaciones. Pero como el espectador atento se representa las imágenes a partir de estas descripciones, tal vez el resultado es aún más nauseabundo que si existieran imágenes de archivo, o se hicieran recreaciones como en The Act of killing. Como la mente crea activamente las situaciones a partir de las palabras, y no se limita a recibir pasivamente unas imágenes, tal vez las vive con mayor intensidad, y quizás le costará más desembarazarse de ellas. Lo que queda fuera de escena (lo obsceno), pero se adivina, y atrae y repele al mismo tiempo, son brutalidades sádicas efectivas, ocurridas. Las explicaciones de los sicarios son como una pantalla translúcida, que deja ver parcialmente al tiempo que difumina y tapa.

Como la mente crea activamente las situaciones a partir de las palabras, y no se limita a recibir pasivamente unas imágenes, tal vez las vive con mayor intensidad, y quizás le costará más desembarazarse de ellas.

No todo en La mirada del silencio son entrevistas, imágenes antiguas de verdugos vanagloriándose de sus acciones y de Adi mirando en un televisor estos vídeos. Hay tambien conversaciones de Adi con su madre (especialmente doloroso el momento en el que le explica que su hermano participó en la muerte de su otro hijo), con su mujer (quien descubre tarde que su esposo está hablando con asesinos y acusándolos, y le reprocha que se esté jugando la vida sin pensar en la familia). También hay una escena actual de una escuela indonesia donde un profesor adoctrina a los niños sobre los hechos de 1965, y les explica que los comunistas eran gente malvada y violenta merecedora de lo que les ocurrió. También hay un fragmento surrealista de un informativo emitido por la cadena televisiva CNN, en el que un enviado especial a Indonesia entrevista a alguien que explica que los comunistas estaban tan asqueados de sí mismos que pidieron por propia iniciativa que les mataran o les encarcelaran, y que van a trabajar de buen grado, si bien a punta de pistola, a las fábricas de las compañías norteamericanas, como la del gigante de los pneumáticos Goodyear, que se han establecido en Indonesia. Esta pieza pseudoinformativa se emitió en la televisión estadounidense, y es uno de los fragmentos más extravagantes de todo el film, que no carece de ellos.

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Adi conversa con su madre.

Que Adi sea oculista y trate de obligar a sus entrevistados a mirar y ver lo que hicieron parece una metáfora deliberada, pero resulta que es una de aquellas coincidencias con que la realidad se permite superar a la ficción. En el fondo, nadie quiere ver bien, nadie quiere mirar bien. Ni siquiera el padre de Adi, casi invidente, desea que le curen la vista. Tal vez la vida resulta más soportable sin ver demasiado.

Sí hay una metáfora innegable en los diminutos insectos, aún en estado larvario, que aparecen en varios momentos de la película, esforzándose por salir del caparazón donde están encerrados. Esta imagen trasciende su mera fisicidad, aunque su significado no sea unívoco (como no lo era, en The Act of killing, un enorme pez metálico donde entraban los delirantes verdugos). ¿Representan los insectos la verdad que pugna por salir a la luz, la sociedad indonesia que quiere emerger de su clausura traumática? ¿Algo más?

La mirada del silencio es un gran film, muy consciente del lenguaje cinematográfico, tanto visual como sonoro. Las escenas se construyen con planos y contraplanos de ritmo perfectamente medido, en los que se alternan el rostro de Adi y los de los verdugos, una alternancia que origina momentos de enorme tensión. También hay planos fijos, en los que la cámara se demora en la cara de uno de los dos. Y se captan sabiamente los silencios de cuando ya no queda nada por decir porque el crimen ha quedado al descubierto, y el sadismo, y la impunidad, y ya solo hay indiferencia o dolor. El “silencio” que figura en el título del documental puede referirse a la impunidad que se desea suprimir, pero también alude al mutismo que omple los tiempos muertos de las conversaciones, dolorosamente. Es posible que ningún otro realizador haya logrado llenar tanto el silencio, lo haya hecho tan denso y espeso, desde los tiempos de Ingmar Bergman. Estos silencios están punteados, en diferentes volúmenes, por coros de grillos difíciles de apreciar en una primera visión.

El tercer posible significado del “silencio” del título apunta al de los indonesios que sufrieron terribles pérdidas y no han podido hablar hasta ahora, debido al justificado miedo a la violencia. Adi, con su admirable valor, rompe ese silencio y pone un ejemplo para muchos supervivientes, tanto indonesios como de otros países. Un ejemplo sumamente duro, riguroso y arriesgado.

The Act of killing observaba los asesinatos desde la perspectiva de los carniceros; La mirada del silencio los observa desde la perspectiva de los superviventes. Pero el conjunto de estos dos magníficos films no se limita a la historia indonesia que consigue hacer aflorar, sino que concierne a una naturaleza humana más general, en la que, incómodamente, participa en alguna medida el espectador.

FICHA

Director: Joshua Oppenheimer y Anónimo
País: Dinamarca, Finlandia… (10 países)
Lengua original: Indonesio
Localizaciones: Indonesia
Duración: 103 minutos
Web y trailer:  http://thelookofsilence.com/

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