
La novedad de este documental excelente y durísimo es doble: por un lado, en el plano temático, remite a un episodio histórico atroz que muy poca gente conoce, el de las matanzas masivas en Indonesia en los años 1965 y 1966, cerca de un millón de asesinatos en uno de los genocidios más violentos de la historia; por otro lado, en el aspecto formal, es un film experimental que reinventa y modifica la concepción del documental, con un planteamiento nunca antes aplicado, y en este sentido es uno de los tres o cuatros filmes de realidad más originales e innovadores (junto con The Thin Blue Line, de Errol Morris, Tierra sin pan, de Luis Buñuel, y unos pocos más).
“No he visto un film tan intenso, surrealista y espantoso en como mínimo una década… sin precedentes en la historia del cine”. – Werner Herzog.
Los hechos históricos
Indonesia –un enorme archipiélago que es el cuarto país más poblado del mundo y tiene grandes depósitos de codiciados recursos naturales– sufrió hace medio siglo, en el contexto de la Guerra Fría entre el capitalismo estadounidense y el comunismo soviético, una salvaje ola de asesinatos políticos. La lucha neurótica entre los dos bloques había alcanzado el paroxismo, y en el archipiélago la gran fuerza del Partido Comunista (PKI), muy mayoritario y la segunda organización comunista en todo el mundo después de la china, preocupaba mucho a Estados Unidos, que sin embargo no quería implicarse directamente con el envío de tropas porque ya tenía un lío en Vietnam, donde habían muerto decenas de miles de norteamericanos pobres (y todavía más vietnamitas). Por eso en 1965 Estados Unidos y otras potencias occidentales dieron un decidido apoyo al general Suharto, jefe del Ejército indonesio, quien derribó al presidente nacionalista y antiimperialista (pero no socialista) Sukarno e instauró un régimen del terror. Confiaban en que les haría el trabajo sucio de suprimir el comunismo en las islas y les ahorraría al mismo tiempo la molestia de mancharse las manos. No era, claro está, que los gobernantes estadounidenses deseasen proteger a sus ciudadanos pobres (y mayoritariamente negros) de una nueva guerra de guerrillas como la de Vietnam, puesto que la vida de los parias les traía sin cuidado; pero la creciente presión de la ciudadanía, sobre todo de la juventud, contra la guerra de Vietnam hacía inviable abrir un nuevo frente en el sureste asiático. Así pues, Suharto emergió como su hombre en Indonesia, y emprendió una purga exhaustiva de dirigentes y miembros del PKI. La persecución de comunistas (reales o supuestos) se mantuvo durante todo el sanguinario período de Suharto (hasta 1998), pero alcanzó su máximo de violencia al principio, en 1965-1966, con exterminios en masa, expediciones punitivas a las diversas islas y campos de concentración. Estados Unidos, el Reino Unido y Occidente en general respaldaron este régimen exterminador, que, todo sea dicho, abrió la puerta a las grandes compañías norteamericanas, británicas y europeas para que saqueasen libremente los abundantes recursos naturales del archipiélago (petróleo, oro, diamantes, cobre…). Todavía hoy Indonesia proporciona a Occidente una masiva fuera de trabajo en forma de mano de obra tan barata y maltratada que es esclavitud.
Todo esto se desconoce en Europa y Estados Unidos. La gente razonablemente informada está enterada de lo que sucedió en Vietnam, tal vez en Camboya, pero salvo los lectores de unos pocos periodistas outsiders (Mark Curtis, John Pilger…) e historiadores académicos (John Roosa), no se sabe prácticamente nada A diferencia de lo ocurrido en otros países –Ruanda, Sur-Àfrica, Alemania–, en Indonesia no ha habido procesos ni comisiones para aclarar la verdad y buscar la reconciliación, ni juicios, ni monumentos a las víctimas. De hecho, los asesinos continúan en el poder, y viven entre lujos y con total impunidad.
El documental
The Act of Killing recupera la memoria de los asesinatos masivos de mediados de los años sesenta. Pero no lo hace a la manera de un reportaje, dando información de fondo y datos abstractos, sino desde dentro. Los directores han querido mostrar el horror desde el interior, pero no el interior de las víctimas, que ya no están para contarlo, ni de los testimonios, ni de los familiares o amigos, sino desde el interior de los verdugos. Encontraron a unos cuantos de los torturadores de hace medio siglo, ahora ya ancianos o casi, y les propusieron que hablaran de sus crímenes, incluso que recrearan ante las cámaras sus métodos. Para su sorpresa, los verdugos accedieron de buena gana a rememorar sus brutalidades. Resulta que unos individuos que han matado a miles de personas con sus propias manos, cara a cara, no solo no experimentan ningún tipo de remordimiento ni pesar, sino que además están orgullosos de sí mismos y de sus hechos. Esto requiere una explicación, claro está.
“Como todos los grandes documentales, The Act of Killing requiere otra manera de mirar la realidad. Comienza con un panorama onírico, un intento de permitir a los criminales representar lo que hicieron, y entonces pasa algo extraordinario. El sueño se disipa y e transforma en pesadilla y después en amarga realidad”. – Errol Morris.
En primer lugar, hay que situarse en el terreno de la amoralidad: los asesinos ancianos son seres completamente ajenos a cualquier noción del bien y del mal. Su espacio vital es premoral, anterior a todo planteamiento axiológico. Esta constatación es de la máxima importancia porque demuestra, como siempre, que la ética es una construcción consciente y deliberada, no un sentido innato de las personas: no se nace ético. Los sicarios de Sumatra del Norte eran y son individuos carentes de conciencia moral que solo tienen un referente estético: las películas de gángsters norteamericanas. Cuando el régimen de Suharto se puso a eliminar a comunistas y a sospechosos de comunismo, estos sádicos tuvieron la oporunidad de emular la brutalidad de sus héroes de la pantalla. Agredían salvajemente a sus víctimas hasta matarlas imitando escenas de aquellas películas de gángsters que habían visto mil veces en el cine.
La gran innovación de The Act of Killing es poner a los asesinos a representar sus propios crímenes y, a partir de esta escenificación de la memoria de los verdugos, hacer explícita la maldad.
Los directores de The Act of Killing, al percibir el vacío moral de aquellos sujetos y su pasión por el cine violento de serie B, concibieron una estrategia para entrar en la mente de los asesinos y ver el horror sin filtros. Les propusieron que hicieran una película para mostrar sus métodos, cómo mataban a personas indefensas. Buena parte de las 2 horas y 40 minutos que dura la versión larga del film (el montaje del director) consiste en el proceso de rodaje de una película de violencia por parte de los miembros de los escuarones de la muerte indonesios. Así, hay una película dentro de una película, como en la estructura del Quijote, que contiene varias novelas dentro de una novela, o en Hamlet, que tiene una tragedia dentro de una tragedia. A estas obras con varios niveles, en francés las llaman mise en abyme. Son como un juego de espejos, estructuras dentro de estructuras. La gran innovación de The Act of Killing es poner a los asesinos a representar sus propios crímenes y, a partir de esta escenificación de la memoria de los verdugos, hacer explícita la maldad. Se trata de un planteamiento revolucionario que ofrece unos extraordinarios resultados para el conocimiento.



Los veteranos verdugos ejercen como guionistas, realizadores y actores de su film. Los directores de The Act of Killing les permiten tomar todas las decisiones argumentales y “artísticas”, sin ningún tipo de imposición ni de orientación. Son ellos quienes conciben las escenas, preparan su representación, los vestidos, los decorados, los efectos especiales. Muestran con orgullo cómo hacían subir a gente a la azotea de un edificio y la estrangulaban con cables metálicos, como atacaron un poblado y quemaron sus casas y mataron a sus habitantes, las palizas que daban en los interrogatorios. Presumen de haber violado a niñas.
Entre las recreaciones “documentales” insertan fragmentos de “ficción”, en los que filman cosas tan terribles como las recreadas. Los efectos de las filmaciones son nauseabundos, y más si cabe cuando se recuerda que las atrocidades representadas se perpetraron de verdad. Al mismo tiempo, las imágenes tienen el interés de hacer explícito el mal en estado puro, en acción. Lo que hemos leído en los libros de historia sobre matanzas y exterminios, que a menudo permanece en una abstracción, se convierte en pura actuación, actualización, performance. Vemos a los asesinos haciendo lo que hicieron. Ha dejado de ser una abstracción.

Les complace poder alcanzar la fama con su película. Desean hacer un buen film, lucirse. Visionan las diversas tomas en pantallas y comentan críticamente lo que ven, anticipan el efecto que puede tener en los espectadores. Sopesan las diversas proporciones de humor, aventura, violencia. Se deleitan con el sadismo. Es la vacuidad absoluta, la amoralidad perfecta.

Las dos únicas veces en que los directores les preguntan si lamentan haber causado tanto mal, se defienden denunciando la violencia de los comunistas. Muestran una película rodada por el régimen de Suharto sobre las supuestas brutalidades de estos, representadas por actores. Uno menciona además las muchas salvajadas cometidas por Estados Unidos con total impunidad, como el Guantánamo de Bush Jr. Y Obama. Solo uno de los verdugos admite que las víctimas le asedian en pesadillas, que no se puede desprender de los recuerdos. Sus compañeros le recomiendan que se deje de historias, hizo lo que debía y lo que se le pedía. Como para obrar un efecto catártico y disipar los fantasmas, en una de las escenas oníricas del film el anciano atormentado es asaltado por un fantasma.
The Act of Killing revela que la violencia es una cultura en Sumatra. Los asesinos se jactan de sus crímenes y son admirados. Aparecen en un programa de sobremesa de la televisión pública indonesia hablando tranquilamente de sus torturas, entre las felicitaciones y el reconocimiento de la presentadora. Uno de los verdugos dice que la gente debería tener presenta la historia, recordar el pasado. Esta es la frase más impresionante de la película. Normalmente, las llamadas a tener presenta la historia van encaminadas a evitar que se repitan las atrocidades, pero en este caso es una advertencia para que todos anden con cuidado si no quieren sufrir represalias: es una amenaza que cuenta con la fuerza del Estado y de sus ejecutores. Los partidos políticos son paramilitares. Hay uno dominador que con su nombre surrealista –Partido de los Empresarios i de los Trabajadores– da una idea del nivel democrático de la sociedad indonesia.

El efecto de la película –incluso en sucesivos visionados– resulta devastador. Pero aun más que las salvajadas representadas –pieles arrancadas, puñetazos, estrangulaciones con cables, charcos de sangre– lo que más impresiona es la insensibilidad moral de los asesinos cuando evocan sus acciones. No solo la impunidad de que gozan en Indonesia, donde viven muy bien, sino la falta de todo escrúpulo y remordimiento. No es solo que cumplieran órdenes, como argumentaban los oficiales nazis en sus juicios (aplicando lo que la filósofa Hannah Arendt llamó “la banalidad del mal”), sino que se lo pasaron en grande imitando el sadismo de los gángsters. Lo repetirían si pudieran.
The Act of Killing consigue que los asesinos se representen a sí mismos en un plano en que se combinan memoria, fantasía, orgullo y amoralidad.
Hay algunos buenos documentales que se han ocupado de torturas. Uno, incluso, S.O.P.: Standard Operation Procedure, de Errol Morris (2008), entrevista a los perpetradores norteamericanos de las agresiones cometidas en la prisión de Abu Ghraib (Irak) para intentar penetrar en la mente, si no en la conciencia, de los torturadores. Pero The Act of Killing da otra vuelta de tuerca al conseguir que los asesinos se representen a sí mismos en un plano en que se combinan memoria, fantasía, orgullo y amoralidad. Es un gran hito no solo cinematográfico, sino filosófico.
Comentario: En vista de la fascinación que ejercieron sobre estas mentes los crímenes representados en las películas de gángsters, una de las reflexiones inevitables que impone The Act of Killing concierne a las consecuencias de la violencia en el cine. Durante mucho tiempo la mayoría de críticos ha elogiado películas violentas y salvajes, de asesinos en serie y otras barbaridades. Una película de culto, Reservoir dogs, de Quentin Tarantino (1992), empiea con una larga tortura, digna de The Act of Killing, en que un psicópata tiene a un hombre atado y amordazado en una silla colocada en un garaje desierto mientras él se recrea con una navaja escuchando y bailando una pieza de rock. Después de ver este documental viene a la memoria esta escena de Tarantino, y surge la pregunta sobre la responsabilidad moral de este film y sus semejantes.
Otra película de ficción que fue de culto y resulta insoportablemente violenta es Henry: retrato de un asesino, de John McNaughton (1986). Narra la historia de un asesino en serie que mata a sus víctimas sin ningún motivo, con una brutalidad más terrible si cabe porque carece de explicación y justificación (en forma de trauma de infancia o de trastorno psicótico, o lo que sea). Es una serie de asesinatos banales, en que la vida y la muerte quedan desprovistas de significación alguna. (La banalidad y la falta de significación del asesinato se ponen de manifiesto insuperablemente en El extranjero, de Albert Camus.) Cuando detrás de las acciones humanas no hay una conciencia moral, se puede perpetrar cualquier atrocidad, cualquiera. Lo más revelador de The Act of Killing es subrayarlo como probablemente nadie lo había hecho hasta ahora.
FICHA
Dirección: | Joshua Oppenheimer, Christinne Cynn y Anónimo |
País: | Noruega, Dinamarca, Reino Unido |
Lengua original: | Indonesio |
Localizaciones: | Sumatra del norte |
Duración: | 122 min (versión cine), 159 min (montaje del director) |
Web y trailer: | http://theactofkilling.com/ |
2 thoughts on ““THE ACT OF KILLING” (2012): La insoportable banalidad del mal”